Madrugada del 19 de diciembre de 1982: Mientras tres obreros llenan con fuel-oil el tanque Nro. 8, uno de los que surten a la «Planta Termoeléctrica Ricardo Zuloaga», ubicada en Tacoa, población de Arrecifes, en la costa oeste del actual Estado Vargas, Venezuela; se produce una explosión. Solo uno de los obreros sobrevive. Se genera un incendio y se activan de inmediato las alarmas. Por la magnitud y tipo de incendio, acude personal y unidades de los bomberos municipales, aeronáuticos y marinos de la zona. Se presume que hay una gran cantidad de heridos debido a que el complejo de tanques se encuentra rodeado de viviendas. Sin embargo, y afortunadamente, luego de la primera explosión son desalojadas las viviendas cercanas.
12:35 p.m. Boil-Over: Son las 12:35 p.m. aproximadamente y los bomberos sienten que están ya por apagar las llamas del tanque incendiado. De repente se genera un boil-over en el vecino Tanque Nro. 9. Tanque que estaban enfriando para evitar que se inflamara.
La expulsión del fuel-oil libera tal cantidad de calor que solo la radiación quema todo lo que está alrededor. El combustible se inflama, baña las cercanías y corre pendiente abajo. Va quemando todo lo que encuentra a su paso. El fenómeno causa la muerte de una gran cantidad de personas (154 aproximadamente), entre bomberos, personal de rescate, varios periodistas, personal de la misma empresa eléctrica, personal de seguridad y algunos habitantes que se encontraban en el lugar.
El caso se convierte en una de las peores, tragedias ocurridas en el país y en Latinoamérica por el número de bomberos fallecidos. El Incendio de Tacoa ha sido estudiado y analizado numerosas veces desde el punto de vista bomberil.
Mi historia
«Es domingo 19 de diciembre de 1982. Son cerca de las 9:30 a.m. cuando recibo la llamada telefónica de Omar Contramaestre. Omar es miembro del GRV pero trabaja en Defensa Civil (DC, hoy Protección Civil). Me informa que hay un incendio en la Planta Tacoa, de la Electricidad de Caracas, ubicada en la zona de Arrecifes (Litoral Central).
Conozco muy bien la Planta y cómo llegar a ella. Llevo muchos años usando esa vía para ir los domingos al Club Tarma.
Según me cuenta Omar, el incendio es de grandes proporciones y hacen falta ambulancias. No hay comunicación directa con el lugar del incendio por lo cual se requiere también instalar equipos de comunicaciones en el lugar. Me informa que la mayoría de los funcionarios de Defensa Civil (DC) están de permiso o están de comisión. La presencia de miembros del GRV es necesaria.
Me comenta que ya había hablado con Francisco Suarez (Frank), quien estaba de guardia en la Sede del GRV ese fin de semana. Frank había llamado a Carlos Antolín y este se dirigía al Grupo. Hablamos de la posibilidad de que yo me quedara en la sede de Defensa Civil, en los Palos Grandes, para funciones de coordinación mientras Frank y Carlos bajaban a Tacoa. Pero debían pasar por DC a encontrarse con Domingo Rodríguez (DC) y junto con él llevar unos equipos de radio al lugar del incendio.
Después de comunicarme con Omar, llamé al Grupo y hablé con Frank. Como Coordinador de Operaciones le comuniqué el plan a seguir. Le pedí que preparara un radio Stoner (HF) para llevarlo como equipo de comunicaciones del GRV. También el equipo de aproche para helicópteros. Poco después de colgar el teléfono, cambié de idea y volví a llamar a Frank. Le dije que bajaría con ellos y que nos llevaríamos la ambulancia. Seguidamente salí para el Grupo.
Nuestra ambulancia era una camioneta Chevrolet Suburban, doble cabina, de color blanco; usada pero en excelentes condiciones. La habíamos recibido pocos meses antes como donación de LAGOVEN y gracias a las diligencias realizadas por Luís Devesa (Miembro GRV del 78).
Cuando llego al Grupo, cerca de las 10:00 a.m; ya Carlos Antolín estaba ahí, él y Frank estaban uniformados y listos para salir. Busqué las llaves y preparamos la camioneta. Además del Stoner SSB-100, incluimos equipo de helitáctica, un morral de AME (Auxilio Médico de Emergencia), equipo de montaña, salvavidas LPU, máscaras anti-gas y trajes de amianto contra incendios. Todo lo que se nos ocurrió que podía ser necesario en una emergencia de grandes proporciones.
Son cerca de las 10:30 a.m. cuando vamos saliendo de la Sede. Edgar Palacios llama unos minutos antes y nos pide esperarlo, que bajará también con nosotros. Acordamos encontrarnos con él en la sede de DC, en los Palos Grandes. En el GRV queda Víctor Escala (Aspirante a miembro de la organización para la fecha, -hoy integrante-).
Llegamos a la sede de DC, Frank y yo vamos a la sala de radio para que nos entregaran los radios que debemos bajar a Tacoa y encontrarnos con Domingo Rodríguez. Carlos se queda en la camioneta. Pero Domingo ya se había ido unos 10 minutos antes y se había llevado los radios. Se le contacta por radio para conocer su posición e informa que ya va por la autopista. En DC está de guardia Pereda y otro funcionario cuyo nombre no recuerdo.
Cuando Edgar Palacios llega a DC, dejamos estacionada la Wagoneer de Edgar frente a DC y nos vamos los cuatro en la Suburban del GRV rumbo a Tacoa. Son aproximadamente las 11 a.m.
En el asiento delantero vamos Edgar, Carlos y yo (chofer). Atrás, en el asiento auxiliar, va Frank. Habíamos dejado en el GRV la camilla con ruedas que vino con la camioneta para poder colocar todo el equipo que llevamos. Como es domingo, no hay mucho tráfico.
Rápidamente, tomamos la Autopista Francisco Fajardo rumbo al oeste y luego la Autopista Caracas – La Guaira. En el trayecto, Edgar nos comenta que él había trabajado varios años para la C.A. Electricidad de Caracas; y que había impulsado un proceso licitatorio para adquirir un camión Bomba Contraincendios para la Planta de Tacoa, pero lamentablemente la negociación no había sido aprobada. Que conocía muy bien la Planta. Por ello su interés en acompañarnos.
Ya cuando vamos por Catia La Mar podemos ver la gran columna de humo pardo oscuro que se desprende del incendio. Sin embargo, y a medida que nos acercamos a Arrecifes, el humo se va tornando más gris. Comentamos que podía ser un indicio de que el incendio ya estaba siendo sofocado.
Llegamos al cruce de la carretera que sigue a Carayaca y la que baja hacia Arrecifes y Tacoa. Ya la Guardia Nacional tiene montada una alcabala pero al ver que se trata de una ambulancia nos deja pasar sin inconvenientes.
Bajamos por la carretera hacia Tacoa. Ya cerca del lugar del incendio, pasamos frente a varios camiones de Bomberos y otros vehículos de emergencia. Veo una unidad del CRE (organización voluntaria para-bomberil) y algunos vehículos de medios de comunicación. Seguimos hasta un cruce, antes de llegar abajo del todo, y que a mano derecha (este) permite llegar a la playa por una bajada bastante pronunciada. En el cruce hay buen espacio para estacionar la camioneta, hay árboles que le dan sombra y estamos relativamente cerca de la escena. Conversamos y acordamos dejar todo el equipo dentro del vehículo mientras reconocemos el área y nos ponemos a la orden de las autoridades presentes para definir lo que podemos hacer.
Por norma interna del GRV, para garantizar la seguridad del vehículo y el equipo, instituimos que siempre alguien debe quedarse con la camioneta. Así que por haber sido el chofer, me ofrezco. Edgar, Carlos y Frank suben por una pequeña carretera de tierra, justo al lado del Tanque Nro. 9, hacia donde solo se ve el humo, ya bastante gris claro. Los sigo un rato con la vista y les hago un ademan. Los pierdo de vista cuando pasan al otro lado de la ladera. Debe ser muy cerca de las 12:30 p.m.
Busco la mejor vista desde el borde del cruce. Veo hacia arriba la columna de humo que sale desde el otro lado de la ladera, hacia abajo la playa y la Planta de Tacoa. Al frente, nuestra camioneta bajo la sombra.
Mientras observo y espero, llega un helicóptero Bell Ranger de la Policía Metropolitana (PM). Luego de hacer un corto círculo aterriza en la playa, al lado oeste de la Planta y apaga la turbina. En poco tiempo pasa ante mí un Ford Zephir blanco con placas de la PM que sube desde Arrecifes. Identifico al Cap. Díaz Santamaría (piloto del helicóptero) como uno de los ocupantes del carro.
Unos minutos después la columna de humo comienza a crecer, tornarse más oscura, densa y se llena de llamas. Siento que la radiación comienza a calentar mis brazos y cara. Ya es inaguantable. Cruzo rápidamente la calle y me protejo con el muro de una de las casas que está un poquito más abajo. No entiendo qué está pasando pero el calor y el ruido se incrementan notablemente. No escucho ninguna explosión, solo un intenso ruido.
Agachado y detrás del muro no veo lo que pasa arriba, así que de alguna manera me asomo, tengo que ver qué pasa. Con horror veo como viene descendiendo por la pendiente y hacia mí una capa de líquido negro ardiendo. Parece como una erupción, una película de desastres.
Las casas que están más arriba ya están envueltas en llamas. Rápidamente y sin dudar opto por correr carretera abajo, hacia la playa. Presiento que detrás de mi viene bajando el líquido hirviente. Pienso en la camioneta y me da mucha rabia. Si hubiera estado más cerca de ella tal vez pudiera haberla salvado.
La calle por donde corro termina en unas casitas que están muy cerca de la playa. En ellas hay todavía mujeres, niños y hombres. Les grito que corran, que dejen todo, que corran hacia el extremo este de la playa. La gente presiente que algo malo está pasando pero están nerviosos. Algunos tratan de entrar todos en un pequeño carro rojo. Les ordeno que lo dejen y se vayan al otro lado de la playa. Un pequeño hilo de petróleo corre por el medio de la calle de tierra.
El petróleo ardiente que escurre por la ladera, donde yo estaba, llega a la playa. Avanza lentamente por la arena pero con llamas intensas. Finalmente alcanza el helicóptero y lo engulle. Las llamas llegan a quemar un par de peñeros que están anclados cerca de la orilla.
Varias de las personas que están en la playa corren hacia el malecón que está del lado este de la Planta. Llegan hasta el final y varios, por el desespero, se lanzan al mar para nadar hasta el otro lado de la pequeña bahía. Algunos hombres se cansan en la mitad y piden auxilio. Gritan que se están ahogando.
Luego de orientar a las personas de las casas, trato de ayudar a los que están en el agua. No hay tiempo para quitarse todo el uniforme. Me meto al mar y entre gritos de consternación de la gente, me quito el chaquetón amarillo -no quiero arriesgarme a que se agarren directamente a mi cuerpo y me hundan por desesperación- y entonces arrastro a tres para que lleguen a salvo a la orilla.
Luego de ayudar a los que estaban en el mar, me voy hasta el malecón a calmar a los que todavía están ahí. Ya el petróleo no tiene llamas y junto con algunos bomberos los evacuamos hacia el lado seguro de la playa. No he dejado de pensar en mis compañeros.
Regreso a la zona de las casitas, subo por entre casas y la montaña hasta la carretera principal. Llego al pie del «Castillo» que queda cerca de los depósitos de combustible pero que no ha sido alcanzado por la «erupción». Hay muchos bomberos, ambulancias y guardias que llegan desde la vía de Carayaca. Con ellos bajo hasta donde el baño de petróleo lo permite y luego de que apagan un poco las llamas, veo la destrucción y los vehículos calcinados que ha dejado el evento. Un tramo de carretera por donde habíamos pasado poco tiempo atrás con la camioneta del GRV.
Busco en medio de toda la gente a mis compañeros, sigo buscando a ver si veo algún chaquetón amarillo –color de nuestro uniforme-. No los veo y presiento lo peor. La destrucción es bárbara. Bordeo la zona quemada pendiente arriba, paso por medio de los jardines de las casas. Subo hasta una terraza donde están unos tanques verdes y veo un camión de bomberos quemado desde adelante hacia atrás. Me asomo al borde del terraplén y veo una escalera que conduce a otros tanques que están más abajo. Todo está negro. Puedo apreciar los cuerpos quemados de siete personas que posiblemente trataron de subir por la escalera. No les dio tiempo. Pienso que si así quedaron estas personas, que estaban más lejos del tanque que vomitó su contenido, los que estaban más cerca deben estar muertos. Empiezo a perder las esperanzas de encontrar con vida a Carlos, Frank y Edgar.
Bajo de nuevo a la carretera principal, quiero llegar hasta donde los vi por última vez. Siguen llegando bomberos, policías, guardias, gente; pero es imposible entrar a la zona bañada de petróleo. Todos quieren hacer algo pero nadie sabe bien qué hacer. De repente alguien indica que otro tanque está a punto de explotar y se produce una estampida general. La gente y los vehículos corren carretera arriba. Dudo unos segundos y los busco en medio del gentío pero me resigno. Asumo que no sobrevivieron. Salto dentro de un Jeep blanco de los bomberos del Distrito Federal y llego hasta el cruce de la carretera que va hacia Carayaca y la que baja a Arrecife, Tacoa.
En ese sitio se van concentrando la gente y la ayuda que llega. Se monta un centro de operaciones. Me encuentro a Manuel Santana, oficial de los Bomberos del Dtto. Federal y amigo. Aprovecho que tiene radio HF en su vehículo y le pido que llame al GRV, a través de DC, indicando que yo estoy bien y que los demás no aparecen. Me quedo ahí, esperando y viendo Tacoa desde lejos. Me encuentro a un miembro del Grupo de Rescate Vargas.
A eso de las 6:00 p.m., alguien informa por radio que un helicóptero se cayó en Camurí Chico. Santana me pide que vaya hasta allá por conocer del asunto. Con un poco de desagrado me monto en una pick-up del Cuerpo de Transmisiones y Emergencia (CTE) y me voy. Llegamos a Camurí y luego de dar algunas vueltas y preguntar nos damos cuenta que resulta ser una falsa alarma. De regreso nos detenemos en el cuartel de los Bomberos Aeronáuticos en Maiquetía. Aprovecho que hay teléfono y llamo al GRV. Hablo con Gonzalo Núñez, le ratifico que estoy bien pero que no sé nada de los otros tres, que sospecho que fallecieron. A las 7:00 p.m. regreso al cruce de la carretera de Carayaca en compañía de Luís Díaz Curvelo, el Tte. López del Grupo 10 (FAV) y un bombero aeronáutico. Llevamos varias bolsas para cadáveres.
Al llegar al cruce me encuentro a Blas González y Andrés Fernández (miembros del GRV) que habían bajado desde Caracas y nos estaban buscando. Les cuento lo ocurrido y junto a George Simon y Gerardo Della Fera, también miembros del GRV, salimos hacia un hospital de campaña que la Cruz Roja había instalado en Mamo. Preguntamos si han visto o atendido a alguien del GRV. No están. Salimos entonces hacia Caracas.
Llego al GRV y en una reunión donde estaban bastantes miembros cuento los detalles de lo sucedido y transmito mis conjeturas. Están preparando el plan a seguir. Creo que son cerca de las 10:00 p.m. cuando llego a mi casa. Ya mi familia sabe parte de la información. Yo me acuesto con mucha rabia y la triste sensación de que por alguna razón no fui uno de los elegidos. Los siguientes días son muy, muy duros.» Ernesto Estévez -Miembro GRV-.
LECCIONES PARA EL FUTURO:
El mantenimiento de los sistemas contra incendio: Fue notorio que posteriormente se indicara que dichos sistemas de extinción de incendios en el patio de tanques y los planes de contingencia de la empresa -si es que existían-, no funcionaron. Por ejemplo: más arriba de los tanques de fuel-oil, había tres tanques de agua vacíos y con las llaves en malas condiciones. La espuma que automáticamente debía cubrir el tanque en llamas no funcionó. La vialidad hacia los tanques no era suficiente amplia para que los vehículos de bomberos transitaran fácilmente.
La información y experiencia son necesarias, aunque el boil-over no era un fenómeno nuevo, aparentemente fue inesperado por los bomberos que actuaban en Tacoa.
Muy posiblemente la falta de esa intuición no permitió prever que la conexión térmica (convección) entre los tanques de fuel-oil, junto al agua acumulada dentro de él, o la misma con la que estaban refrescando el tanque Nro. 9, iba a ser la causante de la «erupción» que convertiría el incendio en una tragedia de proporciones.
La organización en la Escena y el Comando: No se instaló un puesto de comando efectivo y los roles no estuvieron claramente definidos. Diversas organizaciones (Bomberos, Defensa Civil, Guardia Nacional, Grupos Voluntarios) convergieron en el sitio para ofrecer la mejor de sus ayudas pero no había un puesto de comando claramente definido. No había un conocimiento real de la situación, de las necesidades del momento y no había experiencia en trabajar juntos.
Es necesario respetar las distancias y considerar la topografía.
Muchas de las personas que fallecieron se encontraban demasiado cerca del incendio inicial y del Tanque Nro. 9. Nadie había previsto dónde era seguro estar. La topografía facilitó que muchas personas no pudieran observar lo que estaba ocurriendo y lo que se le vino encima. No había una sectorización alrededor del evento. La pendiente facilitó que el gasoil ardiente alcanzara estructuras un poco más alejadas si bien la Planta Eléctrica no sufrió daños por los muros de cemento que la rodeaban. Simplemente actuaron como diques frente a la marea negra.
Fuentes:
– Notas personales de Ernesto Estévez.
– Revista Bohemia, Diciembre, 1982.
– TACOA. Enrique Rondón.
Créditos fotográficos: Prensa, 1982.