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BLGrupo de Rescate VenezuelaG

Lo que vivimos en vargas

por | Ene 22, 2020

Relato de dos miembros del Grupo de Rescate Venezuela (GRV) que participaron en las labores de búsqueda y rescate, en los deslaves del Edo. Vargas, Venezuela, en diciembre de 1999.

RECORDANDO VARGAS

Por: Frank Martínez.

El martes 14 de diciembre llegué a la sede del Grupo de Rescate Venezuela para pasar la noche allí, debido a que el día siguiente, el 15 de diciembre de 1999, íbamos a participar en una guardia especial como apoyo al Plan República por el referéndum aprobatorio de la CRBV. En la mañana como a las 6:00 a.m llamó a la sede mi pana Ramón Miranda y me pregunta qué estábamos haciendo, le respondí preguntando, ¿por qué?, pon las noticias respondió; ¡Madre Santa! Inmediatamente, inicié el protocolo de activación del GRV dejando al Grupo QAP con PC Nacional

En la tarde bajamos a La Guaira, llovía, las calles semi inundadas y con escombros, llegamos al comando de la GN en el puerto, desde allí estuvimos operando; Gustavo Chacón era el jefe de la misión y yo el segundo. Mi primera misión fue un recorrido de exploración al Barrio Marlboro, junto con Freddy Piñerúa, Lope García y el asistente del Director de PC Vargas, hicimos algunas evacuaciones de viviendas, pero al final sugerí que nos retiráramos, debido a que estábamos creando expectativas de ayuda en los vecinos de la zona que no podíamos cumplir, porque eran muchas las solicitudes y nosotros éramos solo cuatro, procedimos a retirarnos.

Regresamos al comando de la GN y me enteré que de allí habían despachado a un grupo de mis hermanos GRV a Carmen de Uria, quedé esperando órdenes. En la noche tarde empezaron a llegar reportes muy inquietantes de todo el estado, pero especialmente de Carmen de Uria, por lo tanto Gustavo Chacón me dice «tráeme de regreso a mis muchachos».  Salimos, íbamos en la camioneta Hilux del Director de PC Vargas, Gustavo Flores, el Director, su asistente (lamentablemente no recuerdo su nombre), un GRV nuevo, Daniel Guarisma y yo, ya no había electricidad en algunas partes, las calles y avenidas estaban inundadas, con más escombros, todo muy tenebroso.

Llegamos a Macuto y paramos porque la quebrada ubicada más al este se había desbordado y cortado el camino, nos bajamos y mi sorpresa fue que me consigo a mis muchachos, mis panas, mis GRV, haciendo valer su entrenamiento y don de altruismo, estaban evacuando a las personas del sector y enviándolas al seminario de Macuto, cuando hablamos les digo que estábamos ahí para evacuarlos pero ellos se negaron diciendo que «esta gente nos necesita». Tuve que enfrentar la rebelión uniéndome a ella, les dije que ok, pero que yo me encargaba; hice un recorrido y fuimos delegando tareas, así pasó la noche, cuando fuimos a salir ya era tarde. La quebrada que se encontraba más al oeste había cortado la salida dejándonos atrapados con los habitantes del sector, así que como pudimos, pasamos lo que quedaba de noche once personas en una camioneta Toyota Hilux.

Al amanecer, una señora nos tocó el vidrio de la camioneta y nos dijo «mijos, muévanse que se está viniendo el cerro». Había empezado realmente nuestro trabajo y nuestra propia supervivencia. En algún momento del día hablé con el Padre Gastón para pedirle refugio en el seminario de Macuto para mis compañeros y logramos dormitar en la lavandería. No me quiero extender más para no aburrirlos, solo les digo que entramos por la calle y salimos caminando por los techos, después de salir de Macuto, el Padre Gastón me dijo: «Frank, en el seminario tuvimos a 2300 (y pico, no recuerdo ese pico) personas, pensé para mi mismo «lo hicimos bien».

Puedo contar anécdotas de esos días que no cabrían aquí, y si me preguntan por la cámara, no, no la pude tener conmigo en Macuto, sin embargo, las imágenes en mi memoria que tengo de ese lugar y momento, nunca se me olvidarán.

Veinte años después quiero rendir honores a todas las personas que murieron, sobrevivieron, perdieron a alguien o sus bienes, pero sobre todo a mis hermanos rescatistas, especialmente a mis hermanos GRV, sobre todo al glorioso autodenominado “Comando Macuto GRV”.

  • José Graterol.
  • Daniel Guarisma.
  • Ángel Bajares.
  • Francisco Peñaloza.
  • Víctor Díaz.
  • Lope García.
  • Eduardo Romero.
  • Freddy Piñerúa.

«Los nueve del patíbulo», mis hermanos desde ese día y hasta siempre.

“PARA QUE OTROS VIVAN”.

Frank Martínez.

Rescatista voluntario y Fotógrafo profesional.

Miembro GRV 92-263.

Créditos fotográficos: Frank Martínez (Instagram @FrankMartinezFotografo) y Diego Calderón.

Lo que hicimos en Vargas

Por: Ernesto Estévez

Jueves, 16 de diciembre de 1999.
Sede GRV. Hora 8:00 p.m.

La información reseñada por la televisión sobre lo que ocurre en el Litoral Central, principalmente a través de las tomas aéreas desde un helicóptero, permiten estimar mejor la magnitud y gravedad de la situación. Decidimos conformar un nuevo equipo (ya había uno en Macuto y otro subiendo hacia Galipán, Parque Nacional El Ávila – Waraira Repano). Sabemos que Pedro Linares, miembro del GRV 80-166, había bajado el miércoles 15, a su casa, ubicada en el Conjunto Parque Mar, en la Urbanización Los Corales. Su esposa no había tenido más contacto con él desde la noche de ese día.

Hacemos contacto radial, vía HF, con el RCC Maiquetía y Gerardo Aguirre (Oficial SAR de guardia y también miembro del GRV) nos informa las peripecias que tuvo que hacer

para llegar a Maiquetía. El Equipo (Víctor Móvil 3) queda conformado por:

  • Diego Calderón (Miembro GRV 81-172).
  • Vincencio Colmenares (Miembro GRV 81-173).
  • Joel Goncalves (Miembro GRV 92-260).
  • Jesús Goncalves (Miembro GRV 92-259).
  • Ramón Miranda (Miembro GRV 90-246).
  • Ricardo Godigna (Aspirante para el momento, actualmente miembro GRV).
  • Ernesto Estévez (Miembro GRV 79-155).

Realizamos un corto briefing en la sede GRV y nos fijamos como objetivo primario de la misión buscar a Pedro Linares (Miembro GRV 80-166) y luego brindar ayuda a las personas. Tal vez resulte duro, pero en cualquier organización de rescate lo más importante son sus propios miembros. Solo si ellos están bien podrán ayudar a los demás. Preparamos el equipo y acordamos reunirnos otra vez en la sede GRV a las 4:00 a.m., para partir a las 5:00 a.m. del siguiente día. Cada quien salió a su casa a preparar el equipo personal.

Viernes, 17 de diciembre de 1999.

Sede GRV. Hora: 5:10 a.m.

Salimos de la sede en dos vehículos: Camioneta Toyota de V. Colmenares y Land Cruiser Toyota de R. Godigna (Aspirante). Tomamos la autopista Francisco Fajardo hasta la entrada de la autopista Caracas – La Guaira. Frente al comando de la Guardia Nacional (antiguo peaje) nos detiene un guardia. Nos identificamos y nos autoriza a proseguir. La autopista está a oscuras y en distintos sitios hay derrumbes. Bajamos a una velocidad moderada. La zona de la carretera vieja de La Guaira, a nuestra derecha, se ve a oscuras. Es difícil apreciar los daños a esa hora de la madrugada. Llegamos a los túneles. Hay algunos vehículos subiendo a Caracas y se está utilizando solo el canal de subida. Es impresionante transitar por esos conocidos y largos túneles a oscuras.

Tenemos que meternos por el peaje para poder pasar hacia el área de Maiquetía. Un gran derrumbe bloquea el canal de bajada en ese punto. Algunos tractores están en el lugar, pero no hay nadie trabajando a esa hora. Nos vemos obligados a entrar hacia el aeropuerto por la zona de carga. Un guardia nacional nos detiene en la alcabala, pero nos permite continuar cuando nos identificamos. Seguimos hacia los hangares de PDVSA pero por allí no hay paso hacia las rampas. Retrocedemos y entramos por el área de carga. Pasamos frente al hangar de DHL, que es el único que se mantiene iluminado con una planta auxiliar. Aunque hay evidencias que el agua entró a la pista 08/26 por el área de carga, los efectos no son muy grandes. Pasamos frente a Aviación General y seguimos hacia la Base SAR.

Son aproximadamente las 6:00 a.m. cuando llegamos a la Base SAR. Hay poca gente despierta. Hablamos con Conrado Milano (Oficial SAR) y nos ponemos a la orden del General (AV) Landaeta. Comienza a amanecer y hay algo de nubosidad. Varios helicópteros están aterrizados en las rampas. Son cerca de la 7:00 a.m. cuando finalmente se realiza un rápido y corto briefing en la rampa. Se distribuyen los helicópteros por localidad.

Despegamos aproximadamente a las 7:30 a.m. Volamos por la línea de la costa rumbo a Caraballeda. Los daños que podemos observar desde el aire son increíbles. Pasamos sobre Macuto, le indico a alguien el edificio del Seminario donde debe estar el grupo del GRV, dicho grupo de miembros luego se autodenominaría “Comando Macuto”. Posteriormente ellos nos contarán sus increíbles aventuras y duras experiencias.

Luego de 10 o 15 minutos de vuelo aterrizamos en uno de los campos de golf de Caraballeda. Uno bastante amplio orientado este-oeste. Está bastante bien. Solo hay evidencias de cursos de agua y arrastre de sedimentos hacia el extremo este y una laguna hacia el extremo noroeste. Hay pocas personas en las casas que bordean su parte sur. Nos miran llegar con cierto desconcierto. Bajamos los equipos y empezamos a recibir las primeras llamadas de ayuda de gente que está herida en las casas cercanas. Hay gente que viene caminando hacia el campo. En pocos minutos la gente comienza a aumentar en número. Los helicópteros pequeños aparecen con heridos y evacuados de cualquier parte. Los helicópteros grandes (412, Superpuma y Mi-8) se encargarían de sacar el mayor volumen de personas.

Tratamos de organizar a la gente. Una fila con los heridos y personas mayores, otra de mujeres con niños pequeños y otra con adultos ilesos. La gente continúa llegando. Primero mantenemos un grupo de cerca de cien personas en el extremo este del lugar, sin embargo hacia el oeste se va formando otro. Casi de inmediato comienzan a aterrizar los helicópteros más grandes en esa zona. Sigue llegando gente. Los testimonios, las caras de angustia, los llantos, las heridas de la gente van aumentando a medida que pasa la mañana y crece el número de personas. Me cuentan que en Carmen de Uria ya solo quedan 300 personas. Mucha gente llega sin más nada que un short o una bata. Me impresiona la cantidad de gente descalza.

Hay un hombre que viene del “sector Los Caballos”. Está sumamente angustiado porque dice que su familia está atrapada. Que estuvo cavando con las manos pero no pudo sacarlas. Quiere herramientas. Quiere que vayamos en un helicóptero para sacarlos. Lo suplica. Duro relato recordarlo. Otras personas se encargarían de hacerle llegar ayuda al hombre.

La gente continúa llegando. Los helicópteros pequeños nos siguen trayendo heridos y evacuados. Es difícil mantener el control de la operación de evacuación. Todos quieren salir. Todos piensan que deben ser ellos los primeros en salir. Una muchacha, acompañada de su madre, a la que no tiene ningún tipo de lesión física pero que de vez en cuando tiene momentos de fuerte ansiedad. La calmo, sin embargo cada vez está más afectada y le digo: “Mírate a ti, no tienes nada. Mira la cantidad de heridos y gente que necesita ser evacuada primero. Mira a tu mamá, ella está tranquila, cálmate por favor”.

La gente se incomoda en las filas. Hay gente que sin respeto, abusa y se filtra en las filas para adelantarse o cambiarse. Se propicia la confusión. La gente discute. Todos quieren irse de allí. Vincencio ha formado otra fila de evacuación al oeste del campo. Desde donde estamos nosotros, esa fila se ve más ordenada que la de nosotros. Continúan llegando personas y helicópteros. Para facilitar el traslado de una anciana lesionada, la colocamos en la camilla que llevamos. Se trata de una cesta de fibra roja y tubos de aluminio propiedad del GRV. En uno de los viajes de un helicóptero grande, la anciana es evacuada con todo y nuestra camilla. No sabremos más de ninguna de las dos.

-Es incontable la cantidad de equipos y herramientas de rescate que se perdieron entre todas las agrupaciones voluntarias que ayudaron durante todos esos días-.

En algún momento llegan al campo unos 5 o 6 policías navales con un sargento. Se comienza a instaurar el control militar y a perder el orden que llevábamos de las filas. Ya son cerca de la 1:00 p.m. y creo que es hora de tratar de llegar a donde está Pedro Linares. Nos reunimos pero falta Vincencio. No lo vemos. Ramón y Jesús salen a buscarlo en la otra fila. Continúan llegando heridos y evacuados. Mientras esto ocurre, Pedro, solo y uniformado de GRV, ha organizado y trata de mantener el control durante la evacuación en el Conjunto Parque Mar (Urbanización Los Corales). Es a la vez víctima y uno de los héroes anónimos del desastre.

Sorpresivamente aparece Ralph ante nosotros, un antiguo y conocido amigo de Pedro Linares. Nos informa que Vincencio está en el campo que está más al sur. Ramón y Jesús van a buscarlo. En uno de sus aterrizajes, Diego habla con el Capitán Domingo De Oliveira, piloto de un helicóptero MD600 NOTAR, gris y morado. Le plantea que nos lleve a Los Corales en el siguiente aterrizaje. Acepta y se va en busca de más personas. Agrupamos el equipo cerca de donde próximamente se posará el helicóptero.

 

El MD600 regresa y en dos viajes nos lleva hasta el techo de la Casa Club del Conjunto Parque Mar. En el primer viaje vamos Diego, Vincencio, Ricardo y yo. En menos de 10 minutos estamos sobre Los Corales. Diego le indica al piloto el lugar, conoce tanto como yo las instalaciones del club. El techo es verde y de par de niveles. Aterrizamos en uno de los niveles más bajos. En otro más alto está un helicóptero Bell Ranger evacuando gente. En el nivel donde aterrizamos hay gente haciendo fila, a la espera de ser evacuada. Nos bajamos rápidamente y de repente una voz femenina reconoce y llama a Diego. Inmediatamente él se convertía en una especie de valiente que llega al rescate.

Veo a Pedro en el nivel superior, uniformado del GRV como en su época de operativo. Pido permiso a la gente y subo por la escalera de metal que permite el acceso al techo superior, donde está aterrizado el Bell. Me paro frente a él y es entonces cuando se percata que hemos llegado. Pedro no se dio cuenta cuando llegó nuestro helicóptero. Se alegra mucho, muchísimo, al vernos y los abrazos son inevitables. Jamás se olvida ese sentimiento. Desde la mañana ha estado lidiando y organizando a la gente para ser evacuada desde ese lugar. Hay muchas mujeres, niños y hombres esperando.

Joel, Ramón y Jesús llegan en el segundo vuelo. Vincencio y Diego se quedan ayudando en la evacuación y el resto subimos al apartamento de Pedro a dejar los equipos que no necesitamos. Le pregunto a Pedro por sus camionetas y me va indicando dónde y cómo están cada una de ellas. La de carga fue arrastrada hacia un desagüe que comienza por el frente y pasa por la parte baja del club. Pérdida total. Las otras están más allá, atrapadas en el barro y arrimadas a las paredes del estacionamiento.

Muchas veces había venido a casa de Pedro y entrado al club. La sensación de caminar, viendo los daños y recordando cómo era todo, era impresionante. Entramos al estacionamiento del frente del edificio por donde el agua rompió el muro. Subimos al apartamento de Pedro. Por el camino comienza a contarnos parte de lo que vivió. Desde la ventana podemos ver que continúa la evacuación desde el techo de la Casa Club y al noreste, en el techo de un edificio en construcción casi terminado, un helicóptero MD de la compañía Helitec también realiza evacuaciones. Otro más está sacando personas desde el techo del mismo edificio donde estamos.

Bajamos, Pedro, Vincencio y Diego se quedan en el improvisado helipuerto. Ramón, Joel, Jesús, Ricardo y yo iniciamos un recorrido por ayudar a los que requerían nuestra ayuda. Dos cuadras más abajo nos percatamos que hay un pequeño campo de fútbol. Gran cantidad de gente está aglomerada esperando que los evacuen. El control está a cargo de una persona mayor quien resulta ser Julio Lescarboura, miembro fundador del GRV. Ya lo habíamos visto a bordo de un helicóptero Long Ranger pilotado por el Cap. Noél Pérez, antiguo camarada del SAR, aterrizando en los campos de golf. Ahora estaba allí, organizando las cosas en tierra. Me acerco a saludarlo y de una vez me convierte en parte del equipo de evacuación. Me siento comprometido con lo que está haciendo y a la vez con la misión que teníamos pensado cumplir. Le indico al resto del GRV que prosigan sin mí y me quedo a colaborar en la evacuación.

Helicópteros pequeños llegan eventualmente y trasladan a las personas desde aquí hasta los campos de golf. Me imagino como estará eso allá ahora. Estimo que hay unas 100 a 200 personas. La gente ya está un poco alterada porque hay algunos abusadores. Por alguna razón los helicópteros ya no llegan tan frecuentemente. Alguien se presenta notificando que hay unos heridos graves a unas dos cuadras y lo acompaño.

Bajo por una calle socavada y partida en dos por el agua. Llego a una explanada donde están tratando de organizarse un grupo de personas para ser evacuadas. En una esquina hay cuatro heridos en unas camas de playa y unos ancianos que están necesitados de salir de ahí. En otra, muy cerca del muro de una quinta, se encuentra aterrizado el Bell 222 del Periódico 2001-Meridiano, el cual se conocía que había aterrizado de emergencia el día anterior en alguna parte. Y allí estaba. Le doy un vistazo a los heridos y prometo que voy a enviar ayuda.

Cuando inicio el regreso al campo de fútbol me encuentro con Fidel Reverón, miembro del GRV y antiguo compañero de trabajo en el SAR Maiquetía, para el cual él todavía trabajaba. Me cuenta rápidamente que llegó en ese helicóptero la tarde anterior, que tuvo que caminar entre el barro para evacuar a una persona de la familia De Armas. Que cuando el helicóptero estaba despegando (él se había quedado en tierra), entre el viento que soplaba y la turbulencia que generaba el helicóptero, le pegó las palas del rotor principal a un árbol y tuvo que aterrizar de emergencia. Gracias a Dios la pericia del piloto no permitió mayores daños.

Lo dejo y subo al campo de fútbol. El resto del grupo del GRV ha regresado y veo que un Superpuma está aterrizando en el terreno donde estaban los heridos. Me integro a Ramón, Joel, Jesús y Ricardo, comenzamos otro recorrido por las calles de una porción de Los Corales. Bajamos hasta la avenida principal que va hacia El Caribe. Aparte de los daños de las crecidas, los daños que han hecho los saqueadores en varios negocios son evidentes. Subimos por lo que fue la avenida principal de Los Corales, observamos el cuerpo de una mujer que el agua dejó enganchada en un paral de un techo. Estaba completamente desnuda y su piel toda cubierta de un fino lodo que, a lo lejos, no permitía ver con claridad ni el color de su piel. Sus uñas estaban pintadas. Parecía tener cerca de 30 años. Con respeto la cubrimos con una lona plástica que estaba cerca y seguimos nuestro camino calle arriba.

Los destrozos que causó la avalancha de agua y rocas son impresionantes en Los Corales. Hay unas pocas casas que están en pie y hay otras que han sido seccionadas dejando al descubierto sus partes internas. Un cuarto de lo que parece ser un estudio o una biblioteca, con cuadros todavía colgados en las paredes salpicadas de barro son un mudo testimonio del estilo de sus dueños. Pero la mayoría de las casas ya no existen. Fueron arrasadas. Le pedimos a Ramón que se coloque frente a una gran roca. El enorme canto rodado es del doble de alto que Ramón, fácilmente tres metros de diámetro y unas cuantas toneladas. Sabrá Dios desde dónde vino rodando y los destrozos que causó. Carros aplastados totalmente, cabillas retorcidas como si fueran espagueti, nos llaman la atención.

Seguimos subiendo. Una camioneta Toyota 4Runner atascada en el barro que el resto del grupo ya había visto antes, está ahora con las puertas abiertas. Alguien la abrió y revisó la guantera. De repente encuentro una pequeña cava en medio de las piedras. La abro esperando encontrar agua, curiosamente encuentro una botella de whisky y lo que parece ser un reproductor de carro. Más arriba están los dueños. Son un grupo pequeño, de cuatro o cinco personas, que está saliendo de una casa no tan destruida con dos televisores en los hombros. Son saqueadores. Más abajo otro par de personas cargan un aire acondicionado de pared. Les veo y no lo creo.

Retornamos al Conjunto Parque Mar. En la entrada del conjun una familia comenta su desgracia. Ya no tienen sino las escasas pertenencias que llevan en unos bolsos. Están preparándose para irse a pie. Llegamos hasta donde comenzamos nuestra ronda. Deben ser las cinco o seis de la tarde. Bajo nuevamente al campito de fútbol, donde está Julio Lescarboura. Hay menos gente, parece que ya solo quedan hombres por evacuar, pero hay una fuerte discusión. Parece que uno de los hombres se quería adelantar en la fila y el resto gritan. Julio los separa. Sacan una pistola y hacen unos disparos al aire. Un grupo se calma pero alguien que se identifica como Coronel retirado de la Guardia Nacional, reclama que eso no se puede hacer. Todos se tranquilizan un poco y le piden al Coronel que ayude. Estoy un rato más pero ya está oscureciendo. La gente que queda se resigna a pasar otra noche en el lugar. Algunos hombres dicen que pasarán la noche allí. Dejamos a J. Lescarboura y subimos a casa de Pedro, donde pasaremos juntos la noche y estaremos más seguros.

Es casi de noche, ya los helicópteros han dejado de volar. Sin embargo, de repente escuchamos unos. Se aproximan desde el oeste. Se trata de dos Black Hawk de los EE.UU. Su forma y sonido al volar son inconfundibles. Uno detrás del otro. El líder viene con el faro de búsqueda encendido. Vuelan sobre la línea de la playa y siguen hacia la Urbanización Caribe. Después de unos minutos retornan hacia Maiquetía. Vincencio hace un minestrone acompañado de algunas cosas adicionales que Pedro le consigue en la cocina. Nuestra cena le queda bien sabrosa. Afuera escuchamos disparos. Es gente que todavía queda en las casas tratando de ahuyentar a los saqueadores. Desde los edificios también disparan. La noche sigue avanzando.

Echamos chistes en medio de disparos esporádicos. La noche no es muy oscura pero no deja de ser tétrica. Las siluetas de los edificios, las casas semidestruidas que todavía se mantienen en pie, los carros atascados en el barro y el ruido lejano de alarmas de carros conforman un panorama desolador. Subo con Pedro al apartamento de sus padres en el piso 12. Sacamos de la nevera la comida que puede estropearse. Es paradójico observar un apartamento tan bien arreglado y conservado mientras que allá abajo no hay sino escombros y destrucción. Bajamos al piso 7. Ya algunos de los muchachos están dormidos en el piso. Pedro y yo nos quedamos en la ventana del único cuarto hablando de lo ocurrido hasta bastante tarde. Compartimos un cuarto y dormimos unas horas.

Sábado, 18 de diciembre de 1999.

Hora: 5:00 a.m.

En la noche el ruido del río aumentó y me desperté de madrugada. Todavía no ha amanecido. Pedro murmura que mis ronquidos no lo dejaron dormir. En la sala algunos todavía duermen. Entonces los escuchamos otra vez. Son los Black Hawk que regresan aunque esté oscuro. Vuelan un poco hacia el este y regresan. Están casi al frente del Conjunto Parque Mar. Es evidente que están disminuyendo la velocidad. Les anticipo a los muchachos que si viran es que Julio Lescarboura los está llamando por radio. Efectivamente eso es lo que sucede. Primero el líder, con su faro de búsqueda encendido, desciende en el campo de fútbol. El otro permanece en hover a unos 50 metros de altura. Luego le toca al segundo. Aunque solo alcanzamos a verlos descender y despegar, es seguro que parten con muchas de las personas que pernoctaron en el campo. Y eso se lo deben a Julio Lescarboura.

Ya casi es de día. Nos dividimos en dos grupos. Uno vuelve al techo del Conjunto Parque Mar  y los demás bajamos al campo de fútbol. Son las siete de la mañana y una fina lluvia cae en el Litoral. Llegamos al campo. Hay más gente que el día anterior. Cuanta gente permanece aún en la zona. Familias enteras. Diferentes grupos. Ahora hay dos filas. Una se extiende desde el campo de fútbol hacia el oeste y se tuerce para descender por calle. Otra hacia el este, hacia lo que fue la avenida principal de Los Corales.

Le pregunto a J. Lescarboura dónde durmió y me dice que en el cuarto de unos niños en una casa cercana.

-Pocos saben el sacrificio altruista de muchos rescatistas voluntarios durante esta tragedia-.

Todo el día lo pasamos en esos dos sitios colaborando en la evacuación de la gente. Un grupo a cargo de Pedro, desde el techo del club y el otro en el campo de fútbol. Uno de los Black Hawk realiza varias evacuaciones desde nuestro campo. Según J. Lescarboura, el comandante se llama Tana. Me suena a aquel detective de programa de televisión que se llamaba Dan Tana. El helicóptero es pardo oscuro. Cada vez que aterriza, los dos auxiliares a bordo se bajan, uno por cada lado y son los que indican cuántas personas y cuándo deben abordar la nave. Sus bragas, su casco de vuelo, su chaleco de supervivencia, sus guantes, todo negro, infunden a la vez admiración y respeto. Logro leer en el fuselaje del helicóptero, Dirty Dang (Sucio Dang).

Otros helicópteros civiles y militares realizan numerosos viajes, pero son los civiles los que más nos asisten. Varias veces llega Eladio Roca con un Bell Jet Ranger. Un 412 de Aerotécnica nos trae varias entregas de agua y comida. Otro Bell Ranger privado, que viene a buscar a alguien en particular, realiza también varios viajes de evacuación. El Capitán De Oliveira aparece nuevamente en escena y con su helicóptero MD600 NOTAR también realiza numerosos evacuaciones.

A media mañana aterriza Nelson Breindembach, antiguo amigo y piloto del SAR, con un helicóptero MD500 de Banesco. Me acerco a la cabina, lo saludo y me explica que la señora que trae a bordo es de la empresa. Que viene a buscar a unos familiares y que mientras ella los busca, él realizará más evacuaciones. Se va y no regresa en todo el día. Horas más tarde, y a través del radio aeronáutico, Julio Lescarboura escucha que un helicóptero se cayó en Carmen de Uria y que afortunadamente a la tripulación no le pasó nada. Que era el YV 999CP. En algún momento del día me entero que fue el de Nelson y que gracias a Dios está bien.

Ha salido el sol y el suelo comienza a secarse. Con los aterrizajes de los helicópteros se levanta mucha tierra. La gente también se queja del polvo y de que lleva mucho tiempo esperando en el sol y los helicópteros no llegan. Vincencio me dice que está llegando uno por hora. De repente llega un Superpuma, se baja un Teniente Coronel asimilado de la FAV y se marcha. El militar calma a la gente prometiendo villas y castillos, vigilancia contra los saqueadores, medicinas, etc. Después de un tiempo, el Superpuma vuelve a aterrizar, el militar saca a sus familiares del medio de la fila, los monta en el helicóptero y se van sin más nadie. La sensación que deja en el ambiente es de engaño y frustración para todos, principalmente para quienes llevan más de dos días esperando que los saquen de allí.

Pedro Linares, como quien no quiere la cosa, ha seguido evacuando gente desde el techo del club. Cuando se trasladan a todas las mujeres y niños de su fila, él viene con discreción a buscar más en las otras filas que tenemos nosotros. Así, prudentemente, saca a varios grupos. Un piloto de helicóptero, un gringo que estaba de vacaciones en Venezuela, en un Bell Jet Ranger, es el que realiza la mayor cantidad de viajes de evacuación de esa zona. En la tarde un helicóptero 412 de la Armada también realiza numerosos viajes. Lleva la gente desde nuestro campo hasta una fragata que está cerca. De ese modo se puede evacuar gente con más frecuencia.

Es de tarde. Sorpresivamente aparece Gustavo Chacón en donde estamos, ahora somos ocho miembros del GRV. Vino caminando desde los campos de golf. Está mojado hasta más arriba de la cintura pues tuvo que pasar el río San Julián. Él se impresiona porque se suponía que estábamos en los campos de golf y que desde la sede del GRV le indicaron que debía evacuarnos porque había mucho riesgo. Le narramos lo que habíamos hecho y la razón de estar en Los Corales.

Nos cuenta sobre las coordinaciones que ha logrado hacer Francisco Pulido, uno más de nuestros miembros GRV en el área. Que estimulante resulta escuchar eso, sin embargo creo que no nos debemos ir todos. Tan solo Pedro porque ya ha pasado demasiado tiempo, Vincencio porque tiene que estar pendiente de sus responsabilidades en la clínica donde trabaja como jefe y tal vez Ramón o Ricardo. El Chino (Diego Calderón), los Morochos (Jesús y Joel Goncalves) y yo estamos dispuestos a quedarnos un poco más. Pero tengo dudas, pues Irene, mi esposa, está embarazada y ya le falta poco para dar a luz. Subimos al techo del club donde está Pedro, recibe con alegría a Gustavo y le contamos los planes. Ya solo quedan unas tres mujeres con cinco niños y una familia de cuatro personas por ser evacuadas desde ese lugar. Un helicóptero llega y se los lleva.

Domingo, 19 de diciembre de 1999.

Los Corales, Estado Vargas.

Pedro nos comenta que hay una persona con lesión de columna en uno de los apartamentos del piso 15, de la Torre B (Conjunto Parque Mar). Que necesita que ayudemos a la familia a bajarlo. Nos organizamos y decidimos además tocar en todos los apartamentos de las torres para ver si hay alguien más que necesita ayuda. Los primeros edificios que vamos a revisar son las torres B y D. En la C ya no queda nadie.

Subimos hasta la terraza. Son 14 pisos por las escaleras. Hay tramos en que no hay mucha luz en las escaleras. La basura, olores y la sensación de un edificio que ha sido abandonado de esa manera generan una sensación tipo película de terror. Llegamos a la terraza, un tanto cansados pero con la determinación de cumplir la misión. Nos dividimos, Vincencio salta el muro que divide la torre, lo seguimos Joel y yo. Ramón, Jesús y Ricardo bajan por la Torre B.

Vamos bajando piso por piso y tocamos en todas las puertas. Es solo en el noveno o décimo piso que encontramos a una familia que está haciendo los preparativos para irse. Vincencio les indica que traten de llevarse lo menos posible. La comida y ropa para el bebé y algo para ellos. De otra manera habrá problemas para abordar el helicóptero.

Al llegar al primer piso podemos pasar al estacionamiento posterior. La tierra acumulada tapa la planta baja del edificio. Subimos por la calle, tomamos rumbo hacia el barrio y vemos que un grupo de gente viene bajando por la calle llena de tierra. Vincencio sube hacia unas casas donde todavía quedan algunas personas y les indica que es mejor evacuar la zona. Todavía en el sector hay algunas casas que no han sufrido daños severos y la gente se mantiene en ellas.

La gente en el barrio dice que está acostumbrada a vivir bajo esas condiciones, sin luz y sin suministro de agua. Que todavía no se van. Que ellos ven que hay mucha gente haciendo fila en el campo de fútbol y dicen que es mejor esperar en su casa, que pasar trabajo haciendo una fila a la intemperie sin la seguridad de cuándo se irán. Entonces le comento a Vincencio que es mejor por ahora no invitar a más gente al improvisado helipuerto.

Regresamos a la planta baja del edificio C. No sabemos cómo les ha ido a los demás. Nos encontramos a Pedro quién nos indica que hay un señor recién operado de la columna que no puede bajar por sus propios medios. También hay una niña que está operada de una rodilla y requiere asistencia. Vincencio y Pedro suben al edificio. Yo sigo al campo de fútbol. En el improvisado helipuerto siguen las evacuaciones. Julio Lescarboura trata de mantener el control y a veces tiene que ponerse duro para mantener un orden.

Gustavo mantiene comunicación vía celular con Francisco. Subimos al apartamento de Pedro a recoger nuestros equipos y mientras estamos en eso, se aproxima un MD de Helitec buscándonos. Alguien escribe sobre un cartón las letras “GRV” y las enseña. Gustavo va rápidamente al techo y habla con el piloto (creo que Francisco Pulido va a bordo). El acuerdo era trasladarnos, relevarnos de la zona, más tarde desde allí mismo.

Estamos ahora todos en el techo del club. Son aproximadamente las cuatro de la tarde y durante más de una hora esperamos a que nos vengan a buscar. Tenemos también con nosotros tres mujeres y seis niños que esperamos despachar primero. Varias veces creemos ver un helicóptero que se aproxima pero se trata de una falsa alarma. Esperamos un MD de Helitec. Pasa el tiempo y no llega el helicóptero que nos trasladaría. Decidimos entonces tratar de llegar hasta la costa para ver si nos podemos embarcar en el transporte de la Marina que está cargando gente en la playa.

Con un poco de cansancio y desánimo bajamos del techo del club y caminamos rumbo al campo de fútbol. Cuando apenas llevamos una cuadra, vemos a unos policías cargando a un herido en una improvisada camilla. Tiene una herida en un tobillo que sangra rítmica y copiosamente. Los que van adelante lo socorren y lo llevan rápidamente a la cancha de fútbol. Afortunadamente un helicóptero 412 de la Armada aterriza en poco tiempo y el herido es embarcado rumbo a una fragata.

Nos enteramos luego que se trató de una lamentable confusión. Un hombre, le disparó desde su casa a dos personas que le parecieron ser saqueadores. Pero resulta que eran conocidos de él y tras percatarse de la confusión, no hacía más que pedirles disculpas. A uno le causó la herida en el tobillo, al otro una bala le rozó un pómulo de la cara y afortunadamente solo le hizo una especie de cortada de 10 centímetros. Tras el incidente, los policías le habían decomisado el arma pero al final se la devolvieron en el campo de fútbol.

Después de este evento, discutimos entre todos si seguíamos hacia la costa o nos quedábamos hasta el día siguiente. No queríamos ser presas de confusiones como la de los hombres. En vista de la hora, la inseguridad que representaba no saber en qué lugar íbamos a pasar la noche y los recursos que todavía teníamos a mano, decidimos regresar de nuevo y pernoctar otra noche en el apartamento de Pedro. Ahora éramos 9 con Gustavo Chacón.

Pedro y yo dormimos en el piso 12, en el apartamento de sus padres. Desde la ventana se podía observar que ya había sido restituida la luz en la zona de Naiguatá y hasta en algunas partes del este de Los Corales.

Domingo, 19 de diciembre de 1999.

La salida.

Nos levantamos y decidimos que bajaríamos otra vez al campo de fútbol. Si cerca del mediodía no nos habían ido a buscar, trataríamos de salir por nuestros propios medios. Todavía quedaba gente por ser evacuada desde el campo y Julio Lescarboura se mantenía allí como organizador del proceso. Ayudamos con el aproche de los helicópteros, distribuimos agua y alimentos a las personas en las filas, atendiendo algunos enfermos y revisando niños.

Pasado el mediodía llegó un Superpuma. Que sorpresa ver, tras abrirse la puerta, a Francisco Pulido indicarnos que abordáramos el helicóptero. Rápidamente recogimos nuestro equipo y abordamos. Antes de subir, logré avisar a J. Lescarboura de que se trataba de un relevo de personal. Sentí frustración por irnos.

Llegamos a Maiquetía. El movimiento de helicópteros era impresionante. Aterrizamos cerca de un hangar donde estaban alojadas las tripulaciones de la FAV y fuimos saludados por el Cnel. Víctor Palencia, antiguo compañero de cursos de supervivencia y otras varias actividades.

El mismo Cnel. Palencia me preguntó si podíamos enviar un grupo para rescatar unas personas que estaban atrapadas en un sótano. Le conté que teníamos algunas herramientas y hablé con Diego, Joel y Jesús. Ellos tres fueron llevados en un Superpuma nuevamente hacia la parte alta de Los Corales, donde se suponía que en el sótano del Edificio Cerromar, se encontraba atrapada una familia, lo cual resultó ser al final un bochornoso engaño telefónico.

Cuando el equipo de Diego, Joel y Jesús llegaron al lugar, ya había sido revisado el sótano en varias oportunidades por los bomberos y por un grupo de rescatistas mexicanos. Por supuesto que no habían encontrado nada. Los del GRV regresaron a Maiquetía por recomendación y gracias al apoyo de José García, antiguo miembro del SAR y del Grupo de Rescate Oriente, que estaba con las comisiones de rescate. Después de cuadrar con el Cap. Ricardo Martínez, piloto del helicóptero Augusta de Banesco, para que trasladara a Francisco Pulido hasta los campos de golf de Caraballeda a establecer un plan de acción con Beatriz Herrero y Francisco Garrido, miembros del GRV que estaban de enlace en Maiquetía y hacer un recorrido por el área de atención médica instalada en el terminal auxiliar en busca de nuestra camilla extraviada y que nunca localizamos, subimos a Caracas.

Dejamos a Pedro en casa de sus padres y nos vamos a la sede GRV a encontrarnos con nuestros familiares y amigos, contándoles brevemente y con emoción algunos episodios de lo que habíamos vivido.

 

Ernesto Estévez.

Rescatista voluntario y Biólogo.

Miembro GRV 79-155.

Créditos fotográficos: Frank Martínez (Instagram @FrankMartinezFotografo) y Diego Calderón.

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